jueves, 29 de diciembre de 2011

PRIORIDADES

Simón estaba sentado en el suelo con las piernas recogidas y la cabeza inclinada sobre ellos. El cuello, horas después le dolería horrores; pero no ahora. Ahora la tensión se reflejaba en su rostro con cada pulsación que imprimía a la consola portátil que tenía entre los dedos.

Un pequeño sprite recorría la pantalla saltando y dando patadas a tortugas gigantes y comiendo setas. Un afamado monigote con traje de fontanero pluriempleado.

Dos eran los sonidos que se escuchaba en aquel patio de colegio: la banda sonora que acompañaba al fontanero de un lado a otro de la pantalla y el frotar de las antenas de las chicharras que lo habitaban. No se oía pájaro alguno. Parecían hibernar hasta bien caída la tarde.

Aquel estaba siendo un verano extremadamente caluroso. El asfalto emitía un calor insoportable y la casa de Simón no estaba preparada para tanto calor. Sin aire acondicionado su habitación era lo más parecido a un horno de leña.

Vivía al lado del colegio y este tenía grandes patios con árboles enormes que ofrecían una sombra generosa. Si soplaba levante, el permanecer entre los eucaliptos era lo mejor que se podía hacer.

Aquella tarde salió de casa con una idea rondándole la cabeza, acabar el videojuego que le habían regalado por su cumpleaños. Cogió su mochila e introdujo un bocata, un refresco y la consola. Saltó la valla del colegio y buscó una buena sombra. Lo normal en un chico de su edad era precisamente saltar hacía el otro lado de la valla para no asistir a clase; pero estamos en verano y el colegio está cerrado hasta el próximo curso.

Maldita sea -pensó- esta fase del juego era la más difícil; un paso en falso y lo echaría todo a perder. Tendría que volver a empezar de nuevo. De repente se oyó un sonido al otro lado del patio, donde se encontraban las aulas de primaria y el gimnasio. Un sonido como el de una pelota al botar.

-Mierda- exclamó-. Había estado a punto de ser aplastado por ese bloque enorme de cemento que salía de la pared. Pulsó dos veces el botón de salto y el monigote de la pantalla brincó hasta un saliente de la pared. Dejando a salvo al fontanero de ser aplastado, levantó la cabeza de la consola.

.-¿Quién andará por ahí?- pensó. El patio estaba desierto, las canastas de baloncesto se erguían, sobre pies de cemento, inclinadas. Dejó con cuidado la consola aún lado y rebuscó en su mochila buscando el bocadillo y el refresco. La tarde iba languideciendo y las sombras cada vez eran más alargadas. Mientras merendaba escuchó como el patio iba recogiendo los sonidos que emitían los pájaros poco a poco.

Cogió la consola y se concentró en pasar aquella fase del juego que tanto le estaba costando. Una brisa suave se levantó de repente. Era muy agradable estar allí, estiró las piernas y volvió a meter la cabeza en la consola. Entonces lo volvió a oir. Había sonado mucho más fuerte. El botar de una pelota en el patio. Levantó la vista y la vió moverse. Allí, junto a la canasta, estaba seguro que cuando miró antes no estaba. ¿Cómo ha llegado la pelota hasta ahí?, pensó. No hay nadie cerca y el gimnasio está lo suficientemente retirado como para hacer imposible esconderse rapidamente.

--¿Quién anda por ahí?- gritó. ¿Lo habrá visto alguien saltar la valla?. No estaba haciendo nada malo. Otras veces había saltado la valla del colegio; precisamente para jugar a baloncesto. Los fines de semana jugaba a baloncesto con su amigo Miguel. Aquello de vivir al lado del colegio era una ventaja, sobretodo si te gusta jugar a baloncesto. Hacía meses que no jugaba con él. Desde que le habían comprado la consola no había vuelto a practicar su tiro a canasta y lo que era más triste, no había vuelto a jugar con Miguel.

-- ¿Miguel?- volvió a gritar. El parloteo de los pájaros le respondió. Que idiota, como me esté gastando una broma le voy a mandar a paseo- se dijo dando un respingo. Se concentró en el juego y subió el volumen de la música. El viento sopló algo más fuerte, la temperatura iba bajando gradualmente y la tarde, definitivamente, había mejorado muchísimo.

No oyó el rodar de la pelota pero si sintió su impacto contra su pie derecho. Le dió un buen susto y a punto estuvo de tirar al suelo la consola junto con el bote de refresco que tenía a su lado. -Mierda- exclamó. Me he puesto perdido. ¿Qué ha sido eso? ¿Quién?. -- contínuó. Aquella pelota se había parado justo delante suyo. Le dio una patada y mandó a la pelota al otro lado del campo de juego, cerca del gimnasio.

--¿Dónde estás? - gritó. Simón estaba enfadado, su respiración era muy agitada. -- Sal de una vez -- continuó mientras las aletas de su nariz se contraían en cada inhalación -- sal te he dicho.

La quietud del momento solo era alterada por el sonido de las chicharras en su acción de apareamiento. Los pájaros habían dejado de piar al escuchar la recriminación de Simón. El viento cesó de golpe y lo que vió Simón lo paralizó al instante. La pelota estaba trazando un arco desde donde la había mandado de una patada. Poco a poco tomaba más y más velocidad dirigiéndose a él. En cuestión de segundos la pelota rebotaba quedando delante suyo.

La cara de Simón era como la de esos dibujos animados que muestran su asombro con la mandíbula colgando. Miró la pelota que botaba sola delante de él. Hizo ademán de moverse a la izquierda y la pelota se desplazó hacia ese lado. Se movió a la derecha y ocurrió lo mismo. La pelota botaba y botaba como si tuviera voluntad propia. Dió media vuelta he intentó salir del grupo de árboles al pie de los cuales se había sentado. Pensó que la pelota no lo seguiría por aquel lado. Obviamente aquello no dejaba de ser una locura, estaba huyendo de una pelota saltarina. Entonces se acordó de la mochila y la consola que había dejado olvidados. Rodeó el grupo de árboles saliendo de su sombra; acercándose por el lado izquierdo de la pelota para recoger sus pertenencias.

Por el rabillo del ojo vió algo extraño a su derecha pero no supo decir que era. Giró el cuello y no vió a nadie, alargó el brazo y volvió a tener la sensación de que alguien estaba junto a él. Pero allí no había nadie más que él y la pelota saltarina. Armando se de valor volvió a estirar el brazo para coger la mochila cuando se fijó en la sombra de su brazo. Los rayos de sol emitían una sombra extraña en el suelo. Era extraño ver en la sombra de su mano unos guantes, se fijo en sus piernas y parecía que llevaba pantalones largos,unas botas enormes y una gorra.

Su sombra se quitó la gorra con una mano y lo saludó con la otra y al instante tropezó y cayó dando con su cabeza en el suelo. La pelota llegó rodando hasta su lado y la sombra de Simón comenzó a botar la pelota.

Simón no daba crédito a lo que estaba viendo. Cerraba y abría los ojos al mismo tiempo que cerraba y abría la boca. Algo, un impulso, no supo el qué pero lo intuyó; le hizo levantarse y andar hacía el campo de juego. La pelota seguía botando al lado suyo; pero Simón no era quien la hacía botar, si no su sombra. La pelota trazó un arco con ángulo perfecto y se introdujo limpiamente por el aro. La sombra de Simón dio un salto con voltereta incluida.

-- Ja—dijo Simón—Eso ha sido un churro tremendo. Su sombra lo miró desde abajo con los brazos en jarras.

--Ahora verás—Simón cruzó todo el campo y encestó en la otra canasta. – Ves, te voy a dar una paliza – Su sombra aplaudía y saltaba de alegría.

Notaba los pinchazos en el cuello como debía sentir un toro los envites de un picador en la plaza. Simón abrió los ojos lentamente, tenía el cuerpo agarrotado y las piernas entumecidas de estar en la misma postura. Se había quedado dormido jugando con la consola. Mientras recogía la consola del suelo, se frotó el cuello dolorido. Apagó el aparato y lo introdujo en su mochila al tiempo que se la colgaba en la espalda. Se dio cuenta que no le importó haberse dormido y no finalizar la partida al videojuego. Sólo quería llamar a Miguel y echar unos tiros libres a baloncesto.

FIN

José J.Ródenas